Análisis Z

Capítulo 1 - Análisis Z
Autor: María G. Chova

CAPÍTULO 1 – DÍA ZERO

 

Valencia, 18 de junio de 2021

Tres años antes.

 

La piel se cocía en la calle como un huevo duro se hace en un cazo con agua caliente; o al menos eso pensaba una mujer mientras cruzaba la avenida en dirección al hospital donde trabajaba. Era su primer día de vacaciones y media hora antes ya la habían avisado para que acudiese con premura a la morgue, ya que su compañero parecía alarmado con un extraño cadáver.

–Joder, ¡qué calor hace! –se quejó, retirándose las gafas de sol mientras cruzaba la puerta y se internaba en recepción–. Buenas tardes.

Una mujer bajita y regordeta que pasaba con el carrito de la limpieza, se puso con los brazos en jarras y alzó las cejas con

sorpresa.

–Muchacha, ¿tú no te ibas de viaje?

–No, Rosalinda. Se ve que al nuevo le dan asquito los gusanos –rebufó la forense.

Rosalinda dijo algunas palabras en un idioma que ella desconocía antes de empezar a limpiar la entrada con esmero. A todo el mundo le caía bien aquella dinámica mujer de piel oscura, amplia sonrisa y uniforme a flores que los conocía a todos como la palma de su mano a pesar de estar trabajando como sustituta apenas tres meses antes.

Escuchando aún sus risas, la recién llegada descendió al sótano con el ascensor. Manteniendo el ceño fruncido y maldiciendo por lo bajo cuando vio a su compañero en la puerta de la morgue sentado en el suelo.

–¿Qué coño haces ahí?

–¡Virginia, menos mal que has venido! –sus palabras se agolpaban y la palidez aumentaba– ¡Se ha despertado! ¡Esa cosa se ha despertado!

La aludida tuvo ganas de propinarle una colleja. Ese muchacho se habría tomado cualquier sustancia, alucinaba y lo peor, la histeria se apoderaba de él.

–Aparta –ordenó antes de abrir con una clave.

–¡No! ¡No entres! –gritó él.

–¡Andrés, cierra el pico! –ordenó, alzando la voz.

Virginia dejó la mochila en su taquilla y examinó la estancia.

El cadáver, junto a otros tres que ella había examinado sin sorpresa alguna la noche anterior, se hallaba en su camilla de manera destartalada.

–¡Quería levantarse!

–¿Conoces el rigor mortis? –inquirió la forense con mofa hasta que escuchó un gemido– ¿O ha expulsado gases?

Cuando quiso darse cuenta, Andrés había salido corriendo en dirección al piso superior, vociferando y atrancando la salida como el cobarde que era. A Virginia no le sorprendió el abandono.

Al menos le quedaba la salida de emergencia. Sin embargo, al intentar salir por ella, su rabia aumentó al comprobar que ésta también había sido bloqueada desde el exterior por su compañero. Estaba decidida a realizar un informe y que la dirección le expulsase de allí con efecto inmediato.

Un segundo gemido la obligó a fijarse en el cadáver, cuyo cuerpo abierto desde el tórax en forma de Y, se estaba incorporando.

–Tenemos dos opciones: o te acuestas tú, o te acuesto yo –dijo decidida.

El sonido gutural que expulsó el cuerpo junto a una sustancia

negruzca, hizo que se replantease la cuestión mientras volvía sobre sus pasos sin darle la espalda. Tenía que recoger el teléfono móvil y llamar a su supervisor.

El cuerpo cayó de la camilla, incorporándose de nuevo con torpeza y lentitud mientras perdía las vísceras con cada paso. La forense recogió su mochila y fue en dirección a la salida de emergencia, apretando el paso y maldiciendo a Andrés porque la había atrancado también. Alguien le habría avisado de dónde estaba situada.

Su única salida era colocarse en lo alto de un estante o taquilla. El problema era que con su altura y peso quizá no aguantarían. Finalmente vio la solución, cogió un pie de gotero y respiró hondo antes de correr en dirección a un armario que les servía de almacenaje para material y químicos. No sería perfecto, pero la salvaría. Para su desagradable sorpresa, el no muerto arremetió en su dirección al verla huir, gruñendo como un animal y vomitando la misma sustancia con cada paso.

La forense agradeció que nadie retirase la pequeña escalera con la que se apoyaban para dejar útiles en los estantes superiores. No era un plan infalible, pero debía servir.

El extraño sujeto se volvió loco en un intento de atraparla mientras ella se subía a la escalera para colocarse sobre el armario. Tras bordearla, el cadáver andante se acercó a los escalones estirando los brazos para cogerla, hasta perder el equilibrio y caer dentro del armario con la ayuda del pie de gotero. Virginia se bajó de un salto, agradeciendo que estuviese anclado a la pared, empujó la puerta y cerró con llave. El no muerto se había quedado dentro, ya podía respirar tranquila; o al menos lo haría después de asegurarse una salida.

–Mierda, mierda, mierda –repitió mientras escuchaba el persistente pitido al otro lado del auricular–. ¿Sonia? ¡Gracias por contestar, envía a alguien urgentemente a que me saque de la morgue!

¿Tú también te has asustado con el muerto? –se burló la auxiliar al otro lado de la línea.

La aludida hizo rechinar los dientes y decidió mentir.

–Tu rollete se ha cargado dos viales, ha sellado la puerta y no quiero intoxicarme. ¡Sacadme de aquí!

¿Qué? ¡Envío a Tomás ahora mismo! –dijo antes de colgar.

Virginia miró atrás antes de pegar su espalda a la puerta, dejándose caer y pensando en el momento que aceptaron contratar a aquel sujeto ante la insistencia de una de las auxiliares. El celador no tardaría en llegar, pero su corazón latía tan deprisa que las piernas no la sostenían.

Ahora su mayor problema sería explicar aquello en un informe, o eso pensaba al escuchar al cadáver moverse frenéticamente dentro del estrecho almacén y lanzando dentelladas en su dirección a través del metal. Transcurridos unos segundos, un chirrido la sobresaltó, haciendo que clavase sus ojos verdes con alivio en el celador, quien maldecía por lo bajo al cobarde compañero.

–Pero, ¿qué ha hecho ahora ese canalla?

Nunca nadie se habría alegrado tanto de ver a aquel cascarrabias de casi sesenta años que tenía más energía recorriendo los pasillos y arrastrando las camillas que un joven de veinte.

–¡Luego te lo cuento! –exclamó Virginia mientras se agazapaba y salía de la morgue– ¡Tomás, cierra!

El celador estaba congelado en la misma puerta, mirando en dirección al armario, escuchando los golpes y dentelladas dentro de éste. Su palidez fue en aumento al atar cabos y musitó algo antes de ser arrastrado en dirección a las escaleras.

–¡Tomás, reacciona!

–Yo… él… ¡dime que ese rastro de la camilla al armario no era del muerto!

–¡Sí, vámonos!

Ambos subieron al área de urgencias, la que estaba más cercana. Allí intentaron calmarse mientras una de las cardiólogas se alarmaba por el estado de su compañera y le administraba unos calmantes.

El resto del equipo se acercó para ver qué sucedía y la versión de Virginia no fue creíble hasta que una de las auxiliares se acercó para comentar que Andrés, el forense que acaban de contratar para la sustitución de Virginia, había salido corriendo contando la misma versión. Tomás por su parte, contó lo que conocía de primera mano referente a las horas previas a la muerte.

–Se llamaba Ignacio y era un vagabundo que pedía limosna en mi barrio. Caía bien y los comercios siempre le daban algo de comer antes del cierre. Ayer le di las buenas noches antes de que se fuese a dormir al parque y me preocupó verle sangre en la cara, me dijo que no era nada y tosió varias veces antes de desmayarse. Llamé de inmediato a una ambulancia –y añadió con evidente tristeza–. Lamentablemente, al llegar aquí ya estaba muerto.

–¿Tosió cerca de ti? –dijo otro de los médicos– Ven y te haré un análisis.

Virginia vio marcharse al celador y se dejó caer en una de las camillas, estaba agotada y aquello le parecía irracional.