In chains: encadenados

Aviso: continene escenas +18.

In chains: encadenados.

 

Fragmento capítulo I

Autora: Celia Noguera

-In Chains Art-

CAPÍTULO l: REUNIÓN

Soren

 

—Ahh… Ahhg…

El eco de mis jadeos retumbó en el cuarto sumido en la penumbra. Tan solo unos neones rojos escondidos tras la cabecera de la cama arrojaban algo de luz, pero no era suficiente como para iluminar la escena. Aun así, el brillo de las gotas de sudor era evidente; sobre todo cuando estas resbalaban por mi piel para aterrizar sobre las sábanas de satén rojo.

—¡Aghh…! —alcé la cabeza de la almohada, bajé la mirada y encontré una melena broncínea que ocultaba parcialmente un hermoso rostro hundido entre mis piernas. Sus labios encerraban mi excitación y su lengua se movía a un ritmo constante, placentero, estimulante. Me mordí el labio inferior y cerré los ojos, degustando cada escalofrío que me recorría la espalda— Mmmhh… —Mis caderas se movieron de forma involuntaria, presas del deseo de profundizar aún más en su garganta. Un suave empujón. Tan solo uno…

¡ZAS!

—¡Ah! —gemí cuando el azote de la fusta mordió mi piel justo bajo el ombligo. El impacto hizo que diera un respingo y que tintineasen las cadenas que me sujetaban las manos a la argolla de la pared. Sus labios se alejaron de mi miembro, dejándolo frío y abandonado. Los ojos verdes se clavaron en mí como dagas, excitándome todavía más.

—¿Te he dado permiso para moverte? —su voz vibró con un eco grave y contundente.

—Ah… No —mascullé con los ojos cerrados para no mirarlo a la cara. Escuché cómo sus dedos apretaban el mango de la fusta hasta hacer crujir el cuero. Me apresuré a añadir—. No, dómine.

El tacto de la fusta regresó de una manera más dulce, trazando líneas invisibles sobre la piel de mi pecho. Me acarició la aureola del pezón izquierdo y me mordí el labio de nuevo para reprimir un gemido que murió en mi garganta.

—¿Te crees con derecho a follarme la boca a tu antojo solo porque te apetezca correrte? —me preguntó de nuevo. Su cierre de interrogante vino seguido de un nuevo fustazo directo al pezón.

—¡Ahh! —grité sin querer, mientras el dolor punzante se extendía por todo mi pecho.

—Contéstame —la fusta volvió a acariciarme el pecho con suavidad. Tuve la tentación de abrir los ojos para mirarlo, pero la reprimí con todas mis fuerzas—. ¿Crees que estás en posición de buscar tu placer sin mi consentimiento?

—No, dómine.

—Entonces no lo hagas —otro fustazo inmisericorde surgió de la nada y me golpeó en el pezón derecho, repitiendo la misma sensación punzante en mi piel que me arrancó otro quejido involuntario. Las cadenas volvieron a tintinear—. Cuanto más protestes, más daño te haré —la fusta volvió a recorrerme con delicadeza las zonas donde me había golpeado como el dedo de un amante cariñoso, extendiendo el hormigueo que siempre dejaba el dolor antes de desaparecer. 

Noté que me temblaban hasta las piernas. Me mordí el labio inferior con más fuerza. El último golpe me dio de nuevo en el ya dolorido pezón izquierdo, pero logré no proferir sonido alguno. Solo mi respiración se aceleró para soportar el dolor.

—Buen chico.

Entreabrí los ojos solo para ver cómo él dejaba la fusta a un lado, sobre la cama, sin querer librarse de ella todavía. A pesar de no poder ver con claridad, distinguí su musculosa figura desnuda abalanzándose sobre mi entrepierna. Sus labios y su lengua volvieron a recorrerme con ferocidad, dándome un placer intenso y salvaje al mismo tiempo.

—¡Ah… aagh! —gemí. Echando la cabeza hacia atrás y perdiendo la mirada en el techo. Tensé los brazos, tiré de las cadenas, arqueé la espalda. Su boca subía y bajaba a gran velocidad, recorriendo mi miembro necesitado de atención. Cada vez que bajaba notaba cómo abría su garganta para metérselo entero, de forma que su nariz rozaba una y otra vez mi vello púbico al descender.

Lo escuché respirar por la nariz, resollando al ritmo de los movimientos de su cabeza.

«Oh, Dios… ¡Dios!», gritaba en mi mente.

Mi propia respiración también comenzó a acelerarse, desbocada al compás de mi corazón. Otro tintineo de cadenas. Otro escalofrío. Pero aquella vez sujeté el movimiento de mis caderas. No deseaba interrumpir aquello con otro castigo. Estaba tan intensamente cerca que comencé a perder la noción del tiempo y del espacio. El final se aproximaba de manera inevitable, guiado sin remedio por la boca de mi dómine. Iba a llegar en cualquier momento.

«Voy a… voy a…»

Pero no llegó.