Solo una gota

La bañera repleta de agua caliente y espuma olor a rosas era un placer para los sentidos, sobre todo aquella noche; lo que suponía un fuerte contraste con  ambiente exterior, cargado con una humedad que calaba hasta los huesos y una oscuridad que detendría al corazón más valiente a poner un pie fuera.

El cuerpo que se sumergía en la enorme bañera de porcelana era ligeramente más suave que ésta y, seguramente un poco más cálido.

Sin embargo, todo aquello cambiaría muy pronto.

Había probado las mieles de la perfección unos días antes y éstas empezaban a desvanecerse. Le resultaba aterrador sentir cómo poco a poco su cuerpo iba cambiando. Se estaba muriendo lentamente como lo haría cualquier otro ser vivo.

Inspiró hondo y la parte superior del cuerpo emergió de la bañera. Dejando que el largo cabello azabache, con algún pétalo enganchado a éste, se pegase a su espalda y cráneo. Estiró un brazo para coger una copa de cristal y tomar un sorbo de lo que parecía vino tinto, aunque resultaba más espeso de lo habitual. Tenía sed, muchísima sed. 

No le importaba aquella sensación abrasadora si a cambio recibía tanto. No obstante, había una única norma para ella, controlarse. Resultaba difícil llevar aquella tarea a cabo. Aunque no imposible, al menos por el momento.

Acercó la copa a sus labios y arrugó ligeramente la nariz. La bebida se había enfriado, cualquiera hubiese dicho que se encontraba a temperatura ambiente; pero para alguien como ella aquello se había enfriado.

Y una bebida en semejante estado le producía repugnancia. Una oleada de fastidio la invadió, algo peligroso en aquel momento ya que un sentimiento tan ligero podía transformarse en ira descontrolada al no obtener lo que tanto ansiaba.

Un leve susurro llamó su atención, los criados hablaban de la cena. En unos minutos avisarían a los señores de la mansión y, por ende, a ella. Se puso en pie, dejando que el agua resbalase por su nívea piel, precisamente en el momento que alguien abría la puerta: se trataba de la nueva doncella. Una joven tímida, dulce y llena de vitalidad.

¿Cómo podría resistirse a algo caliente cuando su bebida se había echado a perder?

-Entra -indicó mientras alargaba una mano, solicitando uno de los paños que la doncella llevaba en brazos-. Quiero secarme.

Aquellas palabras sonaron suaves a pesar de la urgencia que invadía su interior. La criada intentó no mirarla a los ojos, aunque nadie en su sano juicio podría evitar sentirse atraído por la invisible sensación de estar ante un hermoso animal salvaje.

-Señorita Blackstone -indicó la doncella con una voz apenas audible mientras le acercaba un grueso y esponjoso paño para que la joven se cubriese-, la cena está lista.

-Gracias, Evelyn -respondió la aludida al mismo tiempo que salía de la bañera, empapando el suelo y dejando que la muchacha se acercase lo suficiente como para ayudarla a secarse.

La criada tembló ligeramente. Por alguna razón la alteraba estar tan cerca de su señora. Había empezado a trabajar una semana antes en aquel castillo y desde hacía un par de noches se sentía tentada con alejarse corriendo de ella. Era incapaz de explicar qué le ocurría, pero se asemejaba a la sensación innata de huida ante un peligro.

La aristócrata alzó los brazos para que Evelyn secase mejor la parte superior de su cintura y entonces escuchó aquel dulce palpitar. No pudo evitar echar un vistazo al cuello de la joven y sonrió cuando ésta resbaló con uno de los charcos y se le cayó el paño al suelo.

-Lo siento, señorita -se disculpó azorada y con la mirada gacha-. Iré a por uno limpio.

-Tranquila, Eve -respondió la aludida, relamiéndose al verla dándole la espalda.

Una única imagen pasó por su mente. Una sola que la hizo salivar y moverse como lo haría un felino que pretende cazar a su presa sin darle tiempo a alertarla del atroz final que le esperaba. 

Caminó con cautela, sin que sus pies desnudos hiciesen ruido sobre el frío mármol y se acercó a la doncella, deteniéndose a tan solo unos centímetros de su cuerpo. Ésta no se dio cuenta del peligro que corría hasta que escuchó el jadeo y sintió una leve presión sobre la curvatura del lado derecho de su cuello.

Evelyn quiso resistirse, pero poco a poco una sensación placentera ocupó sus pensamientos y una ligera humedad apareció bajo las faldas. 

Ebony Blackstone por su parte, abrazaba cada vez con más fuerza el débil cuerpo de piel suave y cremosa mientras hundía lentamente los colmillos sobre el cuello de la dulce e inocente Evelyn. Empezó sorbiendo poco a poco las gotas de caían, lamiéndolas con verdadero gusto, saboreándolas con deleite mientras la criada gemía; hasta que la bestia que despertaba en su interior pidió más. Necesitaba saciarse, lo exigía.

Cruzó su brazo izquierdo bajo el pecho de Evelyn para sostenerla una vez ésta empezó a dejarse caer lánguidamente conforme perdía la conciencia. La mano derecha de Ebony estaba apoyada sobre el cráneo de su víctima, arrancando las horquillas cuando movía éste con brusquedad, soltándole el rubio cabello sobre la espalda y la cara. Intensificó el mordisco para beber del torrente que minutos antes fluía en el interior de la joven hasta que éste se vació. Convirtiendo a la joven criada en un cascarón vacío.

Satisfecha, Ebony dejó caer el cuerpo inerte de la doncella al suelo, el cual  golpeó la superficie de mármol con un sonido seco y quedando despatarrado como si fuese una muñeca que nadie quería. La vampiro se relamió y fue a limpiarse el rostro con uno de los paños mientras pensaba qué hacer con su víctima. En ello estaba, cuando la puerta volvió a abrirse, esta vez sin avisar y vio a Lady Leonora asomándose.

-¡Evelyn! ¿Se puede saber por qué mi hija tarda tanto en estar arreglada? -inquirió con crudeza antes de fijarse en el cuerpo de la doncella, tirado en el suelo y cubierto de sangre.

Acto seguido, la mujer alzó la vista y vio a su hija, o lo que físicamente parecía su hija y que le sonreía con frialdad. Poco a poco su boca se fue ensanchando hasta mostrar una hilera de dientes afilados.

-Qué inoportuna eres, madre -opinó Ebony.

Lady Leonora gritó e intentó huir. Sin preocuparse por su desnudez, la vampiro fue tras ella con calma hasta que saltó sobre la regordeta figura de su madre, atrapándola. Fue la segunda de muchos.

No podía negar que los entrantes preparados aquella noche estaban siendo especialmente entretenido y delicioso. Sin contar el gran salón repleto de invitados que supondría un banquete.

Y por mucho que lo intentaron, ninguno consiguió poner un pie en el exterior.